Actualizado: 30 de noviembre del 2020

Hoy cambio los pinceles por la “pluma” y os traigo un artículo histórico. Otra vertiente de mi afición a las miniaturas históricas es precisamente la historia. Desde que me mudara al Norte no he dejado de leer libros o artículos históricos. Sin embargo, no he tenido la oportunidad de indagar con tanta profundidad como me hubiera gustado en algunos temas, tal y como hiciera en el pasado con motivo del ejército mexica o los indios pueblo, por ejemplo. Ya fuese falta de tiempo o de motivación, esta parte de mi hobby es algo que quiero retomar. Pintar miniaturas históricas me encanta, pero sobre todo lo disfruto cuando tengo la oportunidad de conectarlo con detalles históricos.

Y como no podía ser de otra forma, aquí os traigo un nuevo artículo sobre la Conquista del Nuevo Mundo, el periodo de nuestra historia que más me gusta. Tengo en el tintero otros tres artículos históricos, uno narrando paso a paso la conquista de México, otro sobre la batalla de Acoma contra los indios Pueblo y finalmente uno sobre la batalla de Castelnuovo (Herzeg-Novi) contra el turco. Además, tengo en mente revisar aquello que publicase sobre el ejército mexica, a la luz de nuevo material que he conseguido al respecto. Si os interesa el tema de la Conquista, os recomiendo estos tres artículos: el ejército mexica, el sacerdocio mexica y los tlaxcaltecas.

Os advierto que yo no soy más que un aficionado en esto de indagar en la historia. Os recomiendo ir a las fuentes originales que acompañan el artículo para tener información de primera mano. 

Respecto a las miniaturas que he utilizado para ilustrar este artículo, comentar que fueron pintadas cerca de 10 años atrás representando las Guerras de Italia (de ahí el estandarte con el aspa de borgoña y la bandera de Castilla, y que haya arcabuces a caballo, todo ello anacrónico respecto a la Conquista). Lamentablemente, no he tenido la oportunidad de volver a pintar ninguna miniatura del periodo, si bien es cierto que no he encontrado ninguna marca que ofrezca miniaturas de calidad en 15mm. En todo caso, como relato a lo largo de las siguientes líneas, el armamento utilizado en las Guerras de Italia puede reflejar en cierto grado aquel desplegado por la hueste de Cortés. 

El ejército Tlaxcalteca

Los Conquistadores

La Conquista del Nuevo Mundo durante la primera mitad del siglo XVI se llevó a cabo por “aventureros” liderados por capitanes con autoridad real (o sin ella, como Cortés) para conquistar un nuevo territorio. Las expediciones normalmente se organizaban de acuerdo a las capitulaciones de conquista, donde un hombre de noble cuna o caballero recibía el permiso real para iniciar la exploración, y bajo el título de adelantado debía financiar la expedición a su costa. Como recompensa, el adelantado recibía autoridad absoluta sobre la zona explorada o descubierta. Este sistema sería abolido por Felipe II, quien crea la posición de un gobernador asalariado en lugar del adelantado. Los aventureros o exploradores procedían de las nuevas colonias (como Cuba, La Española y Puerto Rico), bajo riesgo de quedarse despobladas, y claro está, de la península. Los adelantados recompensaban a los aventureros o conquistadores con un repartimento o encomienda, en la forma de una pieza de terreno explotada por nativos. Ésto pronto fue aprovechado por los encomendadores, y los nativos virtualmente se convirtieron en semi-esclavos. Los encomenderos tenían la obligación de asistir con las armas o con dinero cuando fuera menester (Heath, 1999). No obstante, las encomiendas dejan de concederse tras las “Nuevas Leyes” de 1542.

Se han escrito ríos de tinta indicando como el oro tendría un potente efecto llamada y la idea de hacerse ricos sería un aliciente para los aventureros españoles. Es decir, la leyenda presume que los exploradores españoles eran sumamente codiciosos. Pero esto se puede aplicar a los exploradores españoles, franceses, ingleses, portugueses, rusos, y en definitiva, a todo hijo del señor… A ver si resulta ahora que eso de intentar hacerse rico nos lo inventamos los españoles. Junto a la codicia extrema, la figura del conquistador español se asocia en nuestro imaginario fácilmente con la ignorancia, el racismo y una crueldad excesiva. Esto es en parte el producto de la Leyenda negra -creada principalmente por alemanes luteranos, calvinistas holandeses y anglicanos- que aún hoy día sigue bien viva, incluso entre los mismos españoles. Sin embargo, los exploradores españoles no fueron ni más crueles, ni más racistas ni más ignorantes que los exploradores de otras naciones europeas (a esto se le llama historia comparada). Es más, los españoles fueron los primeros en resaltar la condición humana del indio e impedir que éste fuera explotado. Es la reina Isabel I quien promulga un decreto que prohíbe la esclavitud de los indios tran pronto como en 1500; a lo que siguió las Leyes de Indias, una serie de leyes que tratan de mejorar la vida de los nativos en los nuevos territorios descubiertos (otra cuestión es como se pusieron en práctica). En comparación, nuestros vecinos en el norte se dedicaron a acabar sistemáticamente con los nativos. Para saber más sobre la leyenda negra os recomiendo el libro Imperiofobia y leyenda negra (2019) de Maria Elvira Roca Barea.

La invasión del imperio mexicano

Hernan Cortés parte del puerto de Cuba el 18 de noviembre de 1518 con una hueste muy heterogénea, con cada soldado portando aquello que poseía. No era un ejército regular como los que se verían desplegados en el Viejo Mundo, si uno un grupo de aventureros. En cuanto a la enseña usada por Cortés, hay bastante controversia al respecto. Pudiera ser un estandarte de oro (amarillo) con una cruz azur (azul) y llamas de gules (rojas). Otra posible bandera sería una paloma (símbolo del espíritu santo) sobre un campo de gules (rojo). O incluso la enseña de Carlos V. A su llegada a Cozumel, según Bernal Díaz del Castillo, la hueste Cortés incluía:

(…) y halló por su cuenta que éramos quinientos ocho; sin maestres y pilotos y marineros, que serían ciento; diez y seis caballos y yeguas (las yeguas eran todas de juego y de carrera), once navíos grandes y pequeños, treinta y dos ballesteros, trece escopeteros, diez tiros de bronce , cuatro falconetes, y mucha pólvora y pelotas (Díaz del Castillo, 2011, p 17).

Más tarde, las derrotadas fuerzas de Narváez le brindarían al extremeño otros 800 infantes, 80 jinetes, 80 arcabuceros, 120 ballesteros y 12 cañones varios (Bruhn de Hoffmeyer, 1986).

A groso modo, podemos encontrar tres tipos de tropa formando la hueste: tiradores, infantes y caballería. Los tiradores irían armados con ballestas o arcabuces (o escopetas), cobrando especialmente importancia las primeras debido a la escasez de pólvora. Los infantes -muchas veces referidos como peones- podrían ir defendidos con medias armaduras o coseletes, armadura de algodón y/o rodela, y estarían armados normalmente con una espada o arma de hasta. La caballería sería a la jineta, del tipo morisca, armada con lanza y escudo además de una espada como arma secundaria. En algunas ocasiones se pusieron cascabeles en los caballos, ya fuera para impresionar o aterrorizar a los nativos. Sin embargo, los cascabeles al parecer ya eran de sobra conocidos por los mexicas (Fuente Cid, 2018). Más que para aterrorizar a los indígenas, los cascabeles podrían estar al servicio de los españoles, quienes los utilizaron múltiples veces durante la Reconquista contra los moros y verían en ellos un símbolo de la guerra contra el infiel. La caballería sería una gran baza en muchas de las batallas, debido a su velocidad y maniobrabilidad. La principal táctica de la caballería era causar el mayor desorden posible entre los enemigos, llegando incluso a atravesar de un lado a otro sus líneas. Al principio del conflicto también tuvieron un importante valor psicológico. Los nativos nunca habían visto antes un caballo, y los castellanos desembarcaron subidos a ellos. Al verlos de tal forma, los nativos pensaron que hombre y caballo era un solo animal, y al desconocerlos, les podría haber causado cierto pavor. Pero este temor se fue diluyendo con el tiempo, especialmente al ver como los caballos y jinetes morían como cualquier otro mortal. 

Otro animal traído por los Conquistadores fueron los perros de guerra (Bruhn de Hoffmeyer, 1986). Entrenados para la lucha, éstos sí que causarían un profundo temor entre los nativos durante todo el conflicto, además de ser unos valiosos guardianes de los campamentos de los Conquistadores. Las razas llevadas por los conquistadores incluirían la alana, mastín y dogo.

Introducción al armamento defensivo y ofensivo

Para remontarnos a los tiempos de la Conquista y recrear el armamento defensivo y ofensivo utilizado por los exploradores europeos tenemos a nuestra disposición varios registros, como las crónicas escritas, los códices ilustrados o los yacimientos arqueológicos (Cervera Obregón, 2018). Como apunta Cervera, esta recreación es bastante complicada y sujeta a diversas interpretaciones. Muchas de las conjeturas actuales se basan en códices coloniales, como el Lienzo de Tlaxcala, el Códice Florentino o el Códice Azcatitlan, los cuales fueron elaborados por indígenas bajo la supervisión de frailes españoles tras la Conquista. Esto significa que las representaciones iconográficas pueden no representar fielmente las armas y panoplia utilizada por los conquistadores -muchas veces por no ser testigos directos-, si no que pueden reflejar una influencia caballeresca europea con fines propagandísticos (Fuentes Cid, 2018). Por esta razón, es importante tomar con cautela las representaciones de los códices. Este tema lo desarrollo un poco más más adelante. Lo ideal sería cotejar las representaciones de los códices con hallazgos arqueológicos, pero lamentablemente éstos no son tan abundantes como uno quisiera.

Otra opción sería extrapolar directamente el tipo de armamento utilizado en la Europa de aquel momento, es decir, la Guerra de Granada y las Guerras de Italia (Bruhn de Hoffmeyer, 1986 & Cervera Obregón, 2018). Pero como éstos mismos autores apuntan, esto tampoco es del todo correcto dado que el material que llegaría al nuevo mundo podría ser muy variable, y cada explorador de turno debía costearse a sus expensas el equipo. De hecho, no había fundiciones en el Nuevo Mundo todavía, y conseguir piezas de hierro debía ser altamente costoso. Pero lo más seguro que la inmensa mayoría de exploradres tendrían poca o ninguna protección de metal (Fuentes Cid, 2018b, Carballo, 2020). A este equipo de origen europeo habría que sumar el amplio uso de la típica armadura acolchada de manufactura nativa entre los conquistadores, el escaupil, y alpargatas. De hecho, lo más correcto sería hablar de un equipamiento hibrido, adaptado a lo que habría disponible y a la forma de hacer la guerra en el Nuevo Mundo.

Una interesante reflexión sobre la Conquista la encontramos en el trabajo fin de carrera de Fuente Cid (2018) sobre la etapa temprana de la Conquista (1500-1550), quien plantea la invasión del Nuevo Mundo como una analogía de las Cruzadas en el Viejo Mundo. Esto queda retratado, por ejemplo, en el Requerimiento de Palacios Rubios, documento jurídico durante la Conquista que debía ser leído frente a los indios para pedir formalmente su sometimiento. De acuerdo a éste, los indios debían convertirse al Cristianismo y pasar a ser súbditos de la Corona, ya sea voluntariamente o a la fuerza. Esto recuerda a la guerra del cristiano contra el infiel, y viste la Conquista del Nuevo Mundo como una continuación a la Cruzada interna iniciada en la península, la Reconquista. Otro dato reforzando esta idea lo encontramos en un documento redactado por uno de los miembros de la expedición de Coronado (1540) en referencia a un caído, que dice “sea otorgada una bula de indulgencias como participante en la Santa Cruzada”. En suma, esto podría explicar, como apunta este Fuentes Cid, a un canon establecido en el trabajo gráfico que nos ha llegado en forma de códices coloniales. Sus láminas podrían representar –y tratan de justificar– una Guerra Santa. Esta idea queda reforzada al no encontrar en los códices representación alguna de Conquistadores armados con equipo infiel, como armaduras amerindias de algodón (aunque hay que decir que los castellanos sí que son representados con adargas, un escudo morisco). Por otro lado, la ballesta y arcabuz son ampliamente ignorados, lo cual coincide con la forma de retratar las Cruzadas en aquella época siguiendo un modelo homérico (donde no existía la pólvora ni había ballestas). La idea del Cruzado queda reflejada en la representación más habitual del Conquistador: un soldado medieval defendido con coraza y casco y armado con espada y escudo, donde los caballos casi siempre son blancos, como el de Santiago, y la espada supone un potente símbolo en forma de cruz. De forma antagónica, todo lo nativo (mexica) quedaría vinculado al polo opuesto: a la maldad, la mezquindad, la sodomia, etc. Los caballeros de Cristo necesitan un enemigo a la altura. Por dar un ejemplo, el principal dios del panteón mexica, Huitzilopochtli, queda convertido en un demonio en el mundo cristiano de la época. De esta manera, la Conquista queda maquillada y revestida con una capa de pintura que la sitúa a la misma altura que la guerra contra el infiel (el islam), quizás buscando una justificación frente al pueblo y la iglesia

Hay que tener en cuenta que los Conquistadores siempre fueron muy pocos, donde la masa del ejército de invasión la componían los miles de aliados nativos de Cortés, como los tlaxcaltecas. Es importante no caer en el ombliguismo y asumir que la conquista fue llevada a cabo por medio centenar de españoles. Los conquistadores sin duda tuvieron sus momentos heroicos, como la carga de caballería en la batalla de Otumba o el papel diplomático de Cortés. Pero sin los aliados amerindios, la Conquista probablemente nunca habría tenido lugar. No al menos de la forma en que ocurrió. Los nativos no solo aportarían guerreros “auxiliares” (¡miles!), sino que también se encargarían de los bastimentos y logística del ejército de Cortés; y lo que es más importante, constituirían un importante servicio de inteligencia. Por dar un ejemplo sobre su importancia, fueron ellos quienes portearon sobre sus espaldas todas las piezas para montar los bergantines que Cortés mandó construir para asaltar Tenochtitlan. Lamentablemente, el registro arqueológico y etnográfico ofrecen muy poca información sobre como irían armados los aliados nativos (probablemente por ser relegados a un segundo plano por los cronistas…).

Según Fuente Cid (2018) el arma ofensiva más común entre los aliados nativos podría haber sido el arco y la flecha (de ahí el sobrenombre de “indios flecheros”), con el escaupil y rodela como armas defensivas. Estas milicias “flecheras” entrarían en oposición con la representación –quizás alegórica- de los nativos aliados que podemos encontrar en los códices, armados casi siempre con macanas. Es más, Fuentes Cid carga contra la idea de la macana o macuahuitl como arma por excelencia entre los nativos, dada su casi inexistente presencia en el registro arqueológico, y la coloca en un contexto más restringido y ritual. No obstante, esto a su vez contradice la idea de otros investigadores como Bruhn de Hoffmeyer (1986) o Cervera Obregón (2006), para quienes la macana era el arma por antonomasia entre los indios. Todo sea dicho, siguiendo el razonamiento De Fuentes Cid, el único registro arqueológico de arcos y flechas son las puntas de obsidiana de éstas últimas, que bien podrían ser cualquier otra cosa (como muescas de una macana). O a saber qué. Como dato curioso, citando a Cervera Obregón (2006), cabe mencionar que la interpretación de la macana como una espada o como una maza es errónea. La macana no se atiene a las características funcionales de una espada, cortar y atravesar. Y tampoco se la puede considerar una maza, dado que tampoco cumple con las características de ésta. No existe un arma similar en el viejo mundo, y por tanto, la macana debería considerarse como un arma única del mundo mesoamericano.

Armamento defensivo de los Conquistadores

El armamento defensivo utilizado por los conquistadores habría sido tremendamente heterogéneo y aún está sujeto a debate. Según los códices, es posible que algunos conquistadores contaran con armadura completa, si bien esto está puesto en duda y podría más bien responder a una representación caballeresca (Heath, 1999; Cervera Obregón, 2018 & Fuente Cid, 2018). La armadura completa, como su nombre indica, cubría la totalidad del cuerpo y podría ser semejante a aquellas utilizadas durante las Guerras de Italia o la Guerra de Granada. Brazos y piernas quedaban protegidos por piezas de acero que no dificultaban la movilidad, mientras que los muslos se protegían por unas escarcelas o falcetes. Pecho y espalda quedaban a su vez protegido por peto y espaldar. Y finalmente el cuello quedaba protegido por un gorjal y gola. Mucho más extendido podría haber sido el uso de medias armaduras o coseletes (con protecciones para el torso, cuello, muslos y brazos) por aquellos soldados que pudieran financiarse uno. Si bien muchos soldados optarían por opciones más baratas como un simple peto (con o sin espaldar), o incluso una anticuada cota de malla. Aunque ignorada en la representación iconográfica, las crónicas recogen el amplio uso de cotas de malla, algunas cubriendo solo partes del cuerpo y no el torso, como las mangas o calzones (Fuente Cid, 2018). Al parecer las cotas de malla habrían sido muy eficaces al retener las flechas enemigas, especialmente si se combinaba con un escaupil (Bruhn de Hoffmeyer, 1986). Siguiendo el relato de Fuente Cid, las piezas de malla se usaban junto a piezas de cuero llamadas “cueras de anta o ante”. Tampoco hay representación de éstas. Cervera Obregón (2018) apunta a la debatible presencia de los lorigones o corazas de cuero, así como brigandinas de paño con placas de metal.

Muchos de los soldados castellanos se adaptarían al uso de la panoplia nativa, la armadura de algodón o fibra vegetal de maguey de color crudo o blanco llamado escaupil (ichcahuipilli), la cual incluso habría sido usada para proteger caballos y perros (Bruhn de Hoffmeyer, 1986). En los caballos, además del escapuil, pecho y piernas quedarían proteguidos por  faldas de cuero de muchos pliegues. El escaupil fue probablemente el arma defensiva predilecta del conquistador, la cual choca con la imagen del soldado medieval vestido con armadura completa de acero que nos ha llegado ampliamente hoy día. Muy ha menudo se comenta que el caluroso clima de México haría el uso de piezas de metal hartamente incómodo, y la sustitución de estos “hornos metálicos” por una armadura más ligera –pero resistente- como el escaupil haría mucho más fácil la vida del soldado. Sin embargo, es dificil de creer que un explorador se deshiciera precisamente de aquello que le podría salvar la vida (las armas nativas eran totalmente inútiles contra piezas de metal). En todo caso, las armaduras de algodón serían mucho más fáciles de conseguir y baratas que las contrapartes europeas de metal, así que cabría esperar que fuesen más populares entre la hueste de Cortés. Estas armaduras acolchadas no se adquirían solo en México durante la conquista, si no que muchas se trajeron desde Cuba cuando se organizó la expedición en 1519, tal y como describe Bernal Díaz del Castillo (Díaz del Castillo, 2011, p14):

Como en aquellas tierras de La Habana había mucho algodón, hicimos armas muy bien colchadas, porque son buenas para entre los indios,  porque es mucha la vara y la flecha y lanzadas que daban; pues piedra, era como granizo”

Los cascos serían especialmente diversos, encontrando varios tipos de borgoñotas, cervelleras, capacetes y celadas, y otros hechos de cuero o algodón. Un error tremendamente común al representar a los conquistadores es equiparlos con un morrión italiano con cresta. Este carismático casco de los Tercios no se desarrollaría hasta varios lustros tras la invasión, y jamás vio Tenochtitlán (Cervera Obregón, 2017 & Fuente Cid, 2018). Es posible que inicialmente se confundiera con un capacete con cresta, y el efecto “bola de nieve” ha hecho que la cultura popular asocie al conquistador con el morrión con cresta. Pero no. No hubo morriones durante la conquista. Fuente Cid (2018) apunta a que la bola de nieve pudo haberse iniciado con los grabados de Frederic Remington en el siglo XIX y XX.

Los escudos podrían ser de dos tipos: rodelas o adargas. Las rodelas eran escudos redondos que se embrazaban y podían ser de metal, de corcho o incluso madera de drago (del famoso árbol canario) o carrizo de fabricación nativa (Bruhn de Hoffmeyer, 1986, Fuente Cid, 2018). Según Bruhn de Hoffmeyer (1986), la típica rodela podría haber sido sustituida en algunos casos por una versión más ligera de madera con un reborde de metal, similar a un broquel. Por otro lado, la caballería optaría por un escudo mucho más ligero, la adarga. Éste era un escudo de herencia árabe, con forma de mariposa y hecha de cuero curtido que se empuñaba mediante dos asas. Ampliamente representada en el Lienzo de Tlaxcala, Fuente Cid (2018) apunta a que el uso de este arma defensiva iría en decadencia entre la caballería tras los primeros años de la conquista (caería en desuso hacia 1540), quién confiaría más en la protección y flexibilidad que ofrecía el gambesón de fibra vegetal, escaupil.

Armamento ofensivo de los Conquistadores

Las espadas que llevaron los exploradores fueron de varios tipos, incluyendo montantes (a dos manos) y primitivas espadas roperas (C. Obregón, 2018). Las primeras medirían entre 1.15 y 1.25 metros de longitud y tan solo se tiene constancia de que emplearan unas pocas (dos en la expedición de Coronado, por ejemplo), mientras que las segundas alcanzarían los 70 u 80 cm de largo y serían usadas para dar estoques más que para cortar. De nuevo, como en el caso del morrión, no confundir esta espada ropera con aquella que más tarde utilizarían los Tercios con una cazoleta completa protegiendo la empuñadura. Las espadas llevadas al Nuevo Mundo tendrían más semejanza a las típicas espadas medievales. Normalmente contarían con una guarda en forma de cruz protegida por dos gavilanes situados al inicio de la hoja. Dada la semejanza morfológica de la espada con la macana nativa, muchos aliados fueron armados con ellas. Los mexicanos también usaron espadas capturadas e incluso llegaron a atarlas a varas de madera para usarlas a modo de lanzas con las que enfrentarse a los caballos. Fuente Cid (2018) propone una extensa presencia de alfanjes o bracamartes especialmente entre la caballería, un arma de origen árabe y de un solo filo bastante común en la península ibérica debido a la ocupación musulmana. Cabe mencionar que el origen del bracamarte podría haber sido el seax nórdico (referencia). De hecho, este tipo de cuchillo de un solo filo fue muy común en todos los países europeos durante la Edad Media. Los bracamartes son armas de corte, frente a la espada que es de estoque.

Las armas de asta con las que contaban los conquistadores fueron la lanza (o quizás media-pica), la alabarda y la partesana, si bien esta última podría haber sido bastante rara (Cervera Obregón, 2017). Como nota curiosa, de acuerdo con Sahagún, a los nativos la alabarda les asemejaba un “murciélago” debido a la forma de la hoja, si bien desconocemos que modelo exacto de hoja o moharra que utilizaron. Como contrapunto, Fuente Cid (2018) anota que la lanza quedaría principalmente al servicio de la caballería, y no consigue localizar referencia iconográfica alguna de las alabardas. Por otro lado, el arma de asta por excelencia del soldado español de aquella época era la pica. Sin embargo, aunque Bruhn de Hoffmeyer (1986) cita la efectividad de la pica larga de los infantes durante la Conquista, no está nada claro que hubiese picas en la Conquista. Éstas serían poco manejables en zonas frondosas y la ausencia de caballería enemiga o de masas organizadas de soldados (a la europea) las haría innecesarias, si bien Cortés mando preparar ex profeso largas lanzas con punta de cobre cuando se enteró de la expedición de Pánfilo Narváez para capturarlo (Fuente Cid, 2018b). Algo parecido ocurrió durante las guerras civiles del Perú (lectura recomendada sobre la conquista de Perú: Sangre y Plata, de Espino López (2019)). La caballería montaba a la jineta -estilo morisco donde los estribos están más elevados y el caballo se maneja fácilmente con las rodillas-, lo que implica que la lanza -de tipo arabesco- se utilizaría de arriba abajo, y no mediante el clásico estilo de caballería pesada con la lanza en ristre. Así queda representado en numerosas ocasiones en los códices mexicas. 

Las armas de distancia utilizadas durante la conquista fueron mayormente dos: la ballesta y el arcabuz, siendo preferida la primera por su mantenimiento más sencillo y acceso a repuestos (Heath, 1999). El tipo de ballesta utilizada por los conquistadores aun es tema de debate, incluyendo varios tipos de recarga: armatoste, cranequín y “pie de cabra”, con arcos de hierro o hueso (Bruhn de Hoffmeyer, 1986). En su investigación, Fuente Cid (2018) solo encuentra evidencias de ballestas de “gafas” o pie de cabra, que se recargaban mediante dos ganchos que se tensaban con ayuda de una palanca. Los ballesteros debían mantener en buen estado sus armas, y asegurarse de tener hilo de ballesta (de origen vegetal, quizás cáñamo o algodón) y almendras (pieza de cuero o hueso para fijar la saeta) de recambio. El nombre náhuatl que los mexicas dieron para designar los virotes era tepúzmitl o flecha de hierro. Pese a su alcance y capacidad de penetración, la ballesta no resultaría ser un arma muy eficaz contra los indios debido a su lenta recarga. Por ejemplo, durante la invasión del actual sur de Estados Unidos:

Ellos [los indios] nunca se quedan quietos, si no que siempre están corriendo de un lado a otro: por esta razón no hay ballesta o arcabuz de que los acierte: y antes de que un ballestero pueda hacer un disparo, un indio ha soltado tres o cuatro flechas (…). (Peterson, 1956, p11)

Según Bruhn de Hoffmeyer (1986), para competir con la cadencia de disparo de los nativos (ocho o doce flechas por cada virote de ballesta), los castellanos hubieron de trabajar en equipo: uno la tensaba, otro preparaba el proyectil y otro la aparejaba.  De hecho, Bernal Díaz del Castillo nos lo describe así (Díaz del Castillo, 2011, p238):

(…) haciendo cara y no vueltas las espadas, como quien hace represas, unos ballesteros y escopeteros tirando y otros cebando sus escopetas, y no soltando todos a la par. 

Por otro lado, el arma de fuego por antonomasia fue el arcabuz, cuyo origen no está claramente definido. También se habla de escopetas en las crónicas, si bien no está claro si se refiere a arcabuces u a otras armas de fuego. La mayor parte de las escopetas empleadas durante la conquista no contaban con sistema de ignición y la mecha iba a cuenta del arcabucero, que la podría llevar enrollada y encendida en la muñeca. Es posible que la diferencia entre escopeta y arcabuz precisamente fuese que éste último, más moderno, contase con un sistema de ignición en forma de llave de mecha (Fuente Cid, 2018). Este autor también apunta que las espingardas, armas de fuego más arcaicas y mencionadas en algunas de las crónicas, pudieran ser de hecho las llamadas escopetas. Cada arcabucero debía así mismo cuidarse de tener el material necesario para mantener y armar el arcabuz: un frasco de pólvora, pelotas de plomo, moldes para preparar nuevas pelotas, mecha, equipo de limpieza, etc. Otro error bastante común es pensar que los arcabuceros llevaban una canana con doce medidas de pólvora justas (“los doce apóstoles” de los Tercios). Esta canana no fue utilizada durante la Conquista. Tampoco se usaron horquillas para sujetar las escopetas, como se hiciera en Europa con el pesado mosquete. No hay registro alguno de que hubiese mosquetes durante la Conquista, y cabe mencionar que su incorporación en el ejército español en europa no ocurriría si no hasta 1550 de la mano del Duque de Alba. Debido a su elevado precio, la escasez de pólvora y al aún más lento proceso de recarga que el de una ballesta, el uso y efectividad de las armas de fuego durante la Conquista habría sido muy limitada. Algunos doctos opinan que la efectividad de las armas de fuego recaería más en el efecto psicológico: junto al olor y al estruendo del disparo, esta arma causaba heridas nunca antes vistas por los nativos (Bruhn de Hoffmeyer, 1986). 

Como artillería, los conquistadores llevaron algunas piezas de pequeño calibre como falconetes y culebrinas, y otras de mayor calibre. En general son referidas como “tiros” (Bruhn de Hoffmeyer, 1986). La mayoría de cañones serían de bronce, puesto que el hierro no tardaría en oxidarse en un clima tan húmedo. Estos cañones eran en cierto modo primitivos dado que eran de ánima lisa; y las pelotas, aunque redondas, eran irregulares y de calibre variable, lo que haría el tiro sumamente impreciso. Como los caballos y las armas de fuego portátiles, el atronador ruido de los cañones al abrir fuego podría haber tenido un potente efecto psicológico entre los amerindios. No obstante, la actuación de la artillería se vería severamente limitada por su complicado transporte debido a la ausencia de animales de carga y la rueda. Hasta mil porteadores nativos harían falta para transportar una pieza desde Tlaxcala a Tenochtitlan, según Díaz del Castillo. Otra limitación sería la escasez de hombres duchos en el uso de cañones. La artillería no solo tendría un uso terrestre, si no también acuático: durante el asedio a Tenochtitlan intervienen trece bergantines a los que se equipa con un cañón de bronce, salvo la nao capitana, que llevará uno de hierro. Estas embarcaciones tenían el fondo plano, uno o dos mástiles y una capacidad de transporte de unos 25-30 hombres, con un aspecto muy similar a los barcos romanos. Siguiendo con la artillería, según Bruhn de Hoffmeyer (1986), Cortés ordenó construir trabuquetes como aquellos de Alfonso el Sabio (siglo XIII) para lanzar piedras y objetos incendiarios contra los muros de Tetelulco. E incluso llegarón a utilizar, con poco éxito, granadas de mano fabricadas con barro cocido y llenas de productos inflamables, cual fuego griego.

Finalmente, cabe mencionar algo sobre la tecnología metalúrgica indígena. Si bien el armamento indígena se caracterizaba por armas revestidas con lascas de obsidiana y pedernal, la fundición de cobre y oro, entre otros metales, se conocía en mesoamérica y se usaba ampliamente en joyería. Cortés se aprovecharía de estas habilidades a su debido tiempo, y por ejemplo, para hacer frente a Pánfilo Narváez mando construir lanzas con punta de cobre con ayuda de los Chinantecas. Y de forma similar, durante la toma de Tenochtitlan, Cortés  ordenó a los pueblos aliados la manufactura de proyectiles de ballesta, reuniendo miles de casquillos de metal (de cobre) y saetas desbastadas a tal efecto (Fuentes Cid, 2018b). 

La Conquista del nuevo mundo no terminó en 1521 tras la toma de Tenochtitlan, si no que continuó durante los siguientes decenios. Durante la segunda mitad del siglo XVI la ballesta caería en desuso en favor de un arcabuz con llave de pedernal; y los exploradores españoles seguirían portando cotas de malla, armaduras de cuero, y como no, el escaupil.

Conquistadores

Bibliografía:

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CERVERA OBREGÓN (2018). Una aproximación al armamento español en los códices mesoamericanos. Problemas metodológicos de investigación. La Guerra en el arte, Cátedra Complutense de Historia Militar, Ministerio de Defensa, Madrid, 2017, 531-546.

FUENTE CID (2018). Tesis para optar por el título de licenciado en historia: las armas en la conquista el armamento indiano en la mesoamérica del periodo colonial temprano (1500-1550). Instituto nacional de antropología e historia. Ciudad de México.

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DÍAZ DEL CASTILLO, BERNAL (2011). Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Colección Aventureros, Plaza Editorial, 2011.

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Otras lecturas recomendadas:

ANTONIO ESPINO (2019). Plata y Sangre. La conquista del Imperio inca y las guerras civiles del Perú. Desperta Ferro Ediciones.

MARTÍN GÓMEZ (2001). Hombres y armas en la conquista de México (1518-1521). Almena.

ROCA BAREA (2019). Imperiofobia y Leyenda negra. Siruela. 

POHL et al. (2005). Aztec and Conquistadores. Osprey publishing.

THOMAS (2007). La conquista de México. Editorial Planeta.

5 thoughts on “Equipo ofensivo y defensivo de los Conquistadores en México (1518-1540)”

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